martes, 22 de octubre de 2019

ILUSIÓN DE UN DÍA


A veces, el destino se anuncia en pequeños detalles, simplemente hay que estar atentos a esas señales que son como estrellas fugaces.

Un día cualquiera. Un mes cualquiera de un año más de tantos.

La rutina era un cúmulo de hechos que, por iguales, pasaban ya desapercibidos. Pero aquella vez, aquella tarde, algo iba a cambiar todo para siempre.

Y no iba a ser un día cualquiera, en un mes sin importancia. Así son los milagros.

Salía del trabajo, lo recuerdo, y de repente fui atravesado por el fuego de una mirada que no había visto antes. El tiempo no pasa en esos momentos y no sé como dejé mi camino para a ir a un extraño encuentro.

Era como la imagen de un espejo. Un reflejo, un destello en la noche que me hizo ver todo diferente. Todo era igual pero a su vez distinto. Las flores, el cielo, hasta la gente de siempre.

Pero estaba ahí... Mirándome de frente, de pie entre todos y era como si estuviéramos solos, como si el universo fuera un telón para aquel maravilloso acontecimiento. No sé si hubo palabras, no sé si le dije algo, si la tomé de la mano, pero la recuerdo sonriendo.

Dándome una paz infinita y una alegría como un océano.

Desde aquel instante algo en mi ha cambiado, algo es mejor dentro de mi pecho. Puedo ser valiente, loco, poeta y bohemio sin medidas. Dejarme caer en las esquinas y caminar bajo la lluvia sin paraguas. Besar las flores siempre tímidas.

Las noches tienen fantasías de soñar despierto. Los días son la maravilla más linda. Si hasta la luna me brinda colores para las melodías de las aves que tantos poemas recitan.

Será el amor lo que me brinda esta alegría y esta tristeza honda que me martiriza. Será el amor lo que me impulsa y, su vez, me paraliza.

Uno teme perder todo en un segundo y, a su vez, sabe que no existe eso que llaman tiempo, eso que miden los relojes con sus números perfectos.

Pero estaba ahí... la recuerdo muy bien. Como una imagen de belleza entre las tinieblas de una rutina que agobiaba mi vida, un laberinto que no conducía a nada más que a una oscura desidia.

Quizás algunas vez más pueda volver a verla. Pueda volver a tener aquella dicha que es un recuerdo o una ilusión que tuve un día.


Martín Espinoza, Septiembre de 2007

viernes, 23 de agosto de 2019

SUEÑO


Muchas veces el destino juega a su capricho con la gente, las une, las separa, las enamora, las mata. Y esta breve historia es una muestra de esas cosas. No sabemos el año, a decir verdad, no quiero poner fechas ni nombres, pero ahí estaba él, en sus veinte y tantos años de edad de pie en la puerta de la sala de enfermeras viéndola mudo a ella.

Se acerca con alguna excusa para decirle algo, llamar su atención, y lo que los une y asume como uno es lo que en otro lugar los hubiera separado, sus acentos. Uno colombiano, otro de Venezuela, lugares en guerra desde hace mucho tiempo, demasiado, luchando por lo poco de selva amazónica que resta en aquel mundo.

Pero en ese otro país donde eran prófugos con ciudadanía, lo que los alejaba los atraía. Y así pasa el tiempo sin mayores argumentos. Estaban ya juntos, ya se amaban sin remedio, ya tenían planes, ya se conocían más a que nadie.

Así que una vez fueron de visita a un pequeño pueblo de inmigrantes, entraron a una especie de bar, de salón, de galpón, de hangar, nadie sabe. Lo cierto es que se presentaron alegremente, comieron y bebieron, bailaron toda la noche. Se habían casado e iban a tener un hijo que alguna vez los iba a soñar jóvenes e inocentes, en ese hospital donde las desgracias fueron la gracia que los unió para siempre en el recuerdo de un sueño.

Martín Espinoza, 23 de agosto de 2019

REINICIO


Un día estaba ahí arriba en el cielo. Difuso, tenebroso, enorme. Nadie pudo entender, ni los religiosos, ni los científicos, ni los generadores de opiniones como puedo aparecer eso. Imagen presente, difuso planeta enorme que no ejerce fuerza alguna, que no destruye lunas pero si pensamientos, creencias, derrota y genera nuevos temores y guerras.

Pues es mentira eso de las películas que nos venden que si una amenaza de afuera llega nos va a unir. Jamás va a pasar eso pues somos seres inmaduros, monos con manejo de ciertos verbos. Y así estamos a los tiros, destruyendo todo con fuego enemigo. Nos matamos los unos a los otros por ser los primeros en llega a ese lugar incierto que cada vez es más grande. Se acerca con el tiempo.

Y no crean que no se ha hecho nada. Se han enviado varias sondas tan estúpidas como aquellas con mensajes de paz y amor y otras con bombas nucleares para acabar con eso que no comprendemos y por eso mismo debe ser malo, debe ser aniquilado.

Afortunadamente de la destrucción nos encargamos nosotros, dejamos el espacio libre para el nuevo mundo. Un lugar que nunca fue pensado para nosotros porque somos máquinas que destruyen, que odian, que se aprovechan del indefenso, que no piensa, gacemos cada cosa que da risa a cualquiera que nos vea de arriba.

Y así es la cosa. Así nos aniquilamos entre todos. Los pocos que quedamos redactamos textos inverosímiles donde probamos ser buenos, ser sublimes, o más estúpidos en nuestro afán de ser eternos.

La nueva tierra está en su órbita, con su nueva luna y su paraíso para todos los seres vivos. Sin el error evolutivo de crear terribles simios asesinos. Ahora si, la vida será por siempre, en paz y armonía. Lo merecíamos desde el principio.

Martín Espinoza, 23 de agosto de 2019

sábado, 6 de julio de 2019

SILICIO

Nadie se dio cuenta nunca. Todo fue o muy lento o muy rápido como para reaccionar. Lo cierto es que terminamos así. No era malo ni bueno porque en apariencia no cambiaba nada. Pero había algo extraño en la esencia misma de las cosas, del tiempo, del amor, de las sombras.

Creo que noté los cambios una tarde, luego de mi siesta, un silencio profundo me recibió al despertar, un mundo sin sin tiempo alguno, inmóvil, extraño. Me sentía más cansado que antes, como si no hubiera dormido nada o, quizás, millones de años.

Salí a la calle, casi por obligación, a comprar algo para cenar y tuve esa sensación de que todo lo que veía pasar ante mí ya había pasado hace demasiado tiempo. Era yo quien hablaba y, a su vez, recordaba la conversación con algunas de las personas que encontré en mi camino. Lo raro es que nada de eso me tomó por sorpresa.

Estaba todo proyectado de alguna manera en mi propia memoria, todo lo que veía, pensaba, sentía. Cada detalle era una copia de otra cosa, similar y distinta, una capa arriba de algo que asustaba. Seguía la corriente de los días como si nada, pero todo era lo mismo. Se repetía la secuencia cada tanto, a cada momento. Siempre el mismo día con alguna variante. Algo más perverso que la rutina, una copia de un día modificada un poco cada vez para que parezca diverso, diferente. Para engañarnos a todos.

Lo cierto es que yo no era yo si no un conjunto de códigos con un nombre que no era mi nombre, y una vida que no era mi vida, porque nunca estuve vivo. Nadie está vivo. No existe ni tiene alma. Nadie tiene nombre. Somos algoritmos en un disco mecánico alimentados por corriente alterna, átomos que encienden y apagan, siguen un esquema.

Supongo que el mundo que emulamos habrá sido algo bueno y malo a la vez, con cosas buenas y malas, gente buena y mala. Ahora nada es nada, no hay bien ni mal, solo apariencia, apenas una secuela de algo que fue grande y es ahora lo que resta de un sistema que ya nadie actualiza ni revisa ni comprende.

Por eso no me importan las cosas, por eso tengo este desdén hacia todos, este desinterés y desapego, no puedo decir tristeza y menos depresión pues no soy alguien, no tengo sentimientos, ni siquiera se que es eso, pero leí esa palabra escrita muchas veces en las paredes tal vez como señales, como marcas de que un ser vivo, un dios que nos hizo se ha ido, ha muerto y nos dejó a la misma suerte del silicio.


Martín Espinoza, 06 de julio de 

miércoles, 29 de mayo de 2019

LETRA


Simplemente me dedicaba a escribir, no me importaba otra cosa. Ni salir, ni conocer gente. De hecho, era un tedio para mí hablar con alguien en la calle, en un café, en el trabajo. Por suerte tenía mis auriculares, mi música. Llevaba parte de mi mundo conmigo.

No me desprendía de mi libreta de apuntes donde cada tanto anotaba ideas, partes de poemas o hasta párrafos de futuros relatos. Todo anotado con su fecha de nacimiento para así saber cuando les había dado vida. Esa era mi rutina, a eso dedicaba mi vida.

Y de tanto escribir, sin querer, sin saber, fui y soy uno de esos personajes sin nombre que vaga en mis textos, padeciendo todo tipo de eventos de los más variados, extraños y comunes al mismo tiempo. Era ese universo un espiral, un conjunto de cajas chinas, una dentro de la otra. Un relato enmarcado tras otro cual par de espejos enfrentados, uno era la infinita imagen del otro. Universos similares y paralelos.

Un día era un gigante, luego una mujer imaginada, otras veces un ser despreciable o colmado de virtudes, pero siempre azorado, siempre sorprendido por el destino y sus particularidades. Sus extrañas manera de resolver o complicar las cosas.

Incluso ahora mismo, mientras voy redactando esto, mientras usted, sea quien sea, va leyendo esto, yo existo por un instante en su voz, en su pensamiento. Soy usted aunque no lo sepa, aunque sea diferente y para ser realmente algo necesite de su imaginación. No soy nadie y soy todo aquel que me lea.

El lector es ese espejo que crea un universo con los rudimentos de mis letras, con las piezas de un lenguaje mal aplicado, hasta con sus errores gramaticales y todo es algo que crea, que nace en cada persona que redacta en su cabeza esto. Estas palabras sin historia alguna, sin personajes más que el mismo lector.

Si señor, si señora. Yo soy usted. Soy su universo paralelo. Su realidad alterna. Gracias por su ayuda.

Martín Espinoza, 29 de mayo de 2019


BESTIA

Vivíamos todos juntos en una pequeña aldea con murallas altas y una gran fosa que la rodeaba. Con altas torres desde donde siempre vigilábamos a lo lejos la llegada de ellos: los gigantes. Ya sabíamos que venían por el eco de sus pisadas, por la nube de polvo que se levantaba.

Eran rojos, enormes, altos, de varios metros, vestidos con harapos, grotescos y malvados. Para ellos éramos su almuerzo, lo único que les gustaba comer. Nos casaban a cualquier hora. Si bien no eran muy inteligentes eran muchos y muy fuertes.

Nunca supimos de donde habían venido, de que lugar, si de este u otro planeta. De esta dimensión o alguna más perversa y aterradora. Lo cierto es que destruyeron ciudades, asolaron civilizaciones enteras sin piedad alguna, sin medir consecuencias, no dejaban nada en pie. Eran demonios terribles, mensajeros de la muerte.

Por suerte, a pesar de nuestro leve tamaño éramos más inteligentes que ellos, astutos, sabíamos sobrevivir. Hacer trampas. Conocimos sus puntos débiles, como darles muerte. No era fácil, siempre tuvimos muchas pérdidas humanas pero de a poco fuimos equilibrando las cosas a nuestro favor. Sin embargo, un día sucedió algo inesperado para todos. Para mí.

Recuerdo todavía estar con Alissa en nuestras torres de vigilancia, ya aburridos del tedio de pasar largas horas ahí arriba sin que pase nada. Pero las desgracias no avisan nunca. De repente ella grita de terror, estaba oscuro y una ráfaga de viento apagó las antorchas, no veía nada pero escuchaba los ruidos, los pedidos de auxilio. No pude hacer nada, porque caí y perdí la conciencia.

Cuando desperté era ya de día, estaba todo demasiado calmo, el sol parecía más pequeño que de costumbre, las nubes bajas. Era un paisaje similar y distinto a la vez. Me paré con dificultad, me costaba moverme, me sentía mareado y débil. Confundido.

La busqué a Alissa con la mirada, era raro pero podía ver hasta bien lejos en el horizonte, quise decir su nombre pero no pude emitir palabra, lo intentaba pero cada vez que hablaba emitía un gemido, un grito que me asustó hasta a mí mismo. Caminé hasta lo que parecía ser un conjunto de casas amuralladas a lo lejos. Quería allegar hasta ahí puesto que ya tenía hambre, mucha hambre.

Al llegar vi columnas de fuego, una campana sonaba sin parar, quise avisarles que llegaba pero otra vez mi voz no respondía, no pude decir mi nombre ni preguntar por Alissa. Hasta que la vi entre ellos, parecía herida. Corrí a su encuentro pero caí no sé donde, una especie de zanja inmensa repleta de brea. Quise salir pero no podía, a pesar de usar toda mi fuerza y gritar pidiendo auxilio.

Alissa me miraba fijo desde su almena, de una manera fría y penetrante, dura, como de odio. Me quedé absorto al verla así, tan delicada y pequeña, tan asustada y con tanta ira en mi contra. Y fue cuando disparó su flecha de fuego hacia donde yo estaba, hundido, pegado, sin poder salir.

La llamas subieron rápidamente, no sentía nada, no pensaba claro, pero por lo menos pude mirarla por última vez antes de caer cual tea ardiente y dejar de ser ese monstruo que no sabía que lo era hasta que la vi a ella, hasta que me vi a mí mismo rojo, gigante y torpe. Enamorado, confundido, furioso y triste a la vez.

Martín Espinoza, 28 de mayo de 2019


martes, 5 de marzo de 2019

NUEVO

Fue una tormenta extraña, de esas nunca antes vitas. Vientos huracanados, granizo, muchos relámpagos, demasiados. Como casi siempre sucede fue de madrugada cuando uno está más desprevenido, de ahí sus nefastas consecuencias.

No supe que hacer, ni a donde ir, menos donde esconderme para evitar salir lastimado. Estallaron los vidrios. Todo de repente se volvió azul, y el viento arrasó todo y a todos. No recuerdo donde desperté, donde recuperé la conciencia, era un paisaje familiar y a la vez extraño.

Caminé sin rumbo fijo buscando recordar el camino a casa, a lo que quedaba de mi casa. Mi sorpresa grande fue ver que estaba todo en su lugar, como si nada hubiera pasado. Porque nada había pasado y, sin embargo, todo era distinto.

Me miraron azorados al abrir la puerta pues yo no pude ya que no tenia llaves. Mi esposa me preguntó que hacía volviendo después de todo ese tiempo y de lo que había hecho, yo le dije que me perdí esa misma noche en la tormenta y que ahora volvía a casa luego de unas pocas horas de inconsciencia. Nadie creyó mis palabras me dejaron afuera,

Fui a la casa de unos amigos del barrio pero no había nadie, de hecho, parecía un lugar abandonado, una casa vieja y derruida por los años. De todos modos entré y encontré varias cosas mías, cosas que no sabía como estaban ahí, quizás esa era mi casa, mi antigua casa, mi casa de siempre en ese lugar. No lo podía creer.

Pasé otra noche extraña, con sueños de cosas nuevas y de cosas viejas, de una vida y otra. Al despertar busqué entre las viejas cosas que había y encontré mis documentos. En ese momento supe quien era, mi nombre y mi tiempo de ausencia. No era yo o lo era de todos modos.

Volví a mi trabajo pero no pude entrar tampoco, nadie me conocía y yo no conocía a nadie. Pasó el tiempo y vagando de un lugar a otro supe la historia de ese nuevo mundo donde yo era un ausente, un olvidado, un desconocido.

Por suerte entres sus cosas, mis cosas, había algo de dinero, con eso pude viajar al pueblo de mis padres, de mi niñez. Afortunadamente ellos, nuestros padres, me reconocieron. Les relaté mi periplo; permanecieron mudos sin poder creerme nada, hablaron algo de mis viejos vicios y que necesitaba ir a un hospital. Les dije la verdad, que no tenía vicios, salvo el de leer, y se rieron de eso.


Supe muchas cosas de él, de mí. Yo ahora era él. Una versión mejor supongo. Un nuevo yo, un nuevo él. Era tiempo de seguir viendo o, mejor dicho, comenzar una nueva vida dentro de una historia vieja, de un cuerpo muy parecido al mío con un alma distinta.  

Martín Espinoza, marzo de 2019

DOS VOCES

Ana: Bueno, ya es hora. Vos sabías que esto iba a pasar. Nati: ¿Qué cosa? ¿De qué hablás? ¡Justo ahora! ¡En el peor momento! Ana: No es mi c...