miércoles, 29 de mayo de 2019

LETRA


Simplemente me dedicaba a escribir, no me importaba otra cosa. Ni salir, ni conocer gente. De hecho, era un tedio para mí hablar con alguien en la calle, en un café, en el trabajo. Por suerte tenía mis auriculares, mi música. Llevaba parte de mi mundo conmigo.

No me desprendía de mi libreta de apuntes donde cada tanto anotaba ideas, partes de poemas o hasta párrafos de futuros relatos. Todo anotado con su fecha de nacimiento para así saber cuando les había dado vida. Esa era mi rutina, a eso dedicaba mi vida.

Y de tanto escribir, sin querer, sin saber, fui y soy uno de esos personajes sin nombre que vaga en mis textos, padeciendo todo tipo de eventos de los más variados, extraños y comunes al mismo tiempo. Era ese universo un espiral, un conjunto de cajas chinas, una dentro de la otra. Un relato enmarcado tras otro cual par de espejos enfrentados, uno era la infinita imagen del otro. Universos similares y paralelos.

Un día era un gigante, luego una mujer imaginada, otras veces un ser despreciable o colmado de virtudes, pero siempre azorado, siempre sorprendido por el destino y sus particularidades. Sus extrañas manera de resolver o complicar las cosas.

Incluso ahora mismo, mientras voy redactando esto, mientras usted, sea quien sea, va leyendo esto, yo existo por un instante en su voz, en su pensamiento. Soy usted aunque no lo sepa, aunque sea diferente y para ser realmente algo necesite de su imaginación. No soy nadie y soy todo aquel que me lea.

El lector es ese espejo que crea un universo con los rudimentos de mis letras, con las piezas de un lenguaje mal aplicado, hasta con sus errores gramaticales y todo es algo que crea, que nace en cada persona que redacta en su cabeza esto. Estas palabras sin historia alguna, sin personajes más que el mismo lector.

Si señor, si señora. Yo soy usted. Soy su universo paralelo. Su realidad alterna. Gracias por su ayuda.

Martín Espinoza, 29 de mayo de 2019


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