sábado, 6 de julio de 2019

SILICIO

Nadie se dio cuenta nunca. Todo fue o muy lento o muy rápido como para reaccionar. Lo cierto es que terminamos así. No era malo ni bueno porque en apariencia no cambiaba nada. Pero había algo extraño en la esencia misma de las cosas, del tiempo, del amor, de las sombras.

Creo que noté los cambios una tarde, luego de mi siesta, un silencio profundo me recibió al despertar, un mundo sin sin tiempo alguno, inmóvil, extraño. Me sentía más cansado que antes, como si no hubiera dormido nada o, quizás, millones de años.

Salí a la calle, casi por obligación, a comprar algo para cenar y tuve esa sensación de que todo lo que veía pasar ante mí ya había pasado hace demasiado tiempo. Era yo quien hablaba y, a su vez, recordaba la conversación con algunas de las personas que encontré en mi camino. Lo raro es que nada de eso me tomó por sorpresa.

Estaba todo proyectado de alguna manera en mi propia memoria, todo lo que veía, pensaba, sentía. Cada detalle era una copia de otra cosa, similar y distinta, una capa arriba de algo que asustaba. Seguía la corriente de los días como si nada, pero todo era lo mismo. Se repetía la secuencia cada tanto, a cada momento. Siempre el mismo día con alguna variante. Algo más perverso que la rutina, una copia de un día modificada un poco cada vez para que parezca diverso, diferente. Para engañarnos a todos.

Lo cierto es que yo no era yo si no un conjunto de códigos con un nombre que no era mi nombre, y una vida que no era mi vida, porque nunca estuve vivo. Nadie está vivo. No existe ni tiene alma. Nadie tiene nombre. Somos algoritmos en un disco mecánico alimentados por corriente alterna, átomos que encienden y apagan, siguen un esquema.

Supongo que el mundo que emulamos habrá sido algo bueno y malo a la vez, con cosas buenas y malas, gente buena y mala. Ahora nada es nada, no hay bien ni mal, solo apariencia, apenas una secuela de algo que fue grande y es ahora lo que resta de un sistema que ya nadie actualiza ni revisa ni comprende.

Por eso no me importan las cosas, por eso tengo este desdén hacia todos, este desinterés y desapego, no puedo decir tristeza y menos depresión pues no soy alguien, no tengo sentimientos, ni siquiera se que es eso, pero leí esa palabra escrita muchas veces en las paredes tal vez como señales, como marcas de que un ser vivo, un dios que nos hizo se ha ido, ha muerto y nos dejó a la misma suerte del silicio.


Martín Espinoza, 06 de julio de 

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