Un
día estaba ahí arriba en el cielo. Difuso, tenebroso, enorme.
Nadie pudo entender, ni los religiosos, ni los científicos, ni los
generadores de opiniones como puedo aparecer eso. Imagen presente,
difuso planeta enorme que no ejerce fuerza alguna, que no destruye
lunas pero si pensamientos, creencias, derrota y genera nuevos
temores y guerras.
Pues
es mentira eso de las películas que nos venden que si una amenaza de
afuera llega nos va a unir. Jamás va a pasar eso pues somos seres
inmaduros, monos con manejo de ciertos verbos. Y así estamos a los
tiros, destruyendo todo con fuego enemigo. Nos matamos los unos a los
otros por ser los primeros en llega a ese lugar incierto que cada vez
es más grande. Se acerca con el tiempo.
Y no
crean que no se ha hecho nada. Se han enviado varias sondas tan
estúpidas como aquellas con mensajes de paz y amor y otras con
bombas nucleares para acabar con eso que no comprendemos y por eso
mismo debe ser malo, debe ser aniquilado.
Afortunadamente
de la destrucción nos encargamos nosotros, dejamos el espacio libre
para el nuevo mundo. Un lugar que nunca fue pensado para nosotros
porque somos máquinas que destruyen, que odian, que se aprovechan
del indefenso, que no piensa, gacemos cada cosa que da risa a
cualquiera que nos vea de arriba.
Y
así es la cosa. Así nos aniquilamos entre todos. Los pocos que
quedamos redactamos textos inverosímiles donde probamos ser buenos,
ser sublimes, o más estúpidos en nuestro afán de ser eternos.
La
nueva tierra está en su órbita, con su nueva luna y su paraíso
para todos los seres vivos. Sin el error evolutivo de crear terribles
simios asesinos. Ahora si, la vida será por siempre, en paz y
armonía. Lo merecíamos desde el principio.
Martín
Espinoza, 23 de agosto de 2019
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