viernes, 23 de agosto de 2019

SUEÑO


Muchas veces el destino juega a su capricho con la gente, las une, las separa, las enamora, las mata. Y esta breve historia es una muestra de esas cosas. No sabemos el año, a decir verdad, no quiero poner fechas ni nombres, pero ahí estaba él, en sus veinte y tantos años de edad de pie en la puerta de la sala de enfermeras viéndola mudo a ella.

Se acerca con alguna excusa para decirle algo, llamar su atención, y lo que los une y asume como uno es lo que en otro lugar los hubiera separado, sus acentos. Uno colombiano, otro de Venezuela, lugares en guerra desde hace mucho tiempo, demasiado, luchando por lo poco de selva amazónica que resta en aquel mundo.

Pero en ese otro país donde eran prófugos con ciudadanía, lo que los alejaba los atraía. Y así pasa el tiempo sin mayores argumentos. Estaban ya juntos, ya se amaban sin remedio, ya tenían planes, ya se conocían más a que nadie.

Así que una vez fueron de visita a un pequeño pueblo de inmigrantes, entraron a una especie de bar, de salón, de galpón, de hangar, nadie sabe. Lo cierto es que se presentaron alegremente, comieron y bebieron, bailaron toda la noche. Se habían casado e iban a tener un hijo que alguna vez los iba a soñar jóvenes e inocentes, en ese hospital donde las desgracias fueron la gracia que los unió para siempre en el recuerdo de un sueño.

Martín Espinoza, 23 de agosto de 2019

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