Eran
rojos, enormes, altos, de varios metros, vestidos con harapos,
grotescos y malvados. Para ellos éramos su almuerzo, lo único que
les gustaba comer. Nos casaban a cualquier hora. Si bien no eran muy
inteligentes eran muchos y muy fuertes.
Nunca
supimos de donde habían venido, de que lugar, si de este u otro
planeta. De esta dimensión o alguna más perversa y aterradora. Lo
cierto es que destruyeron ciudades, asolaron civilizaciones enteras
sin piedad alguna, sin medir consecuencias, no dejaban nada en pie.
Eran demonios terribles, mensajeros de la muerte.
Por
suerte, a pesar de nuestro leve tamaño éramos más inteligentes que
ellos, astutos, sabíamos sobrevivir. Hacer trampas. Conocimos sus
puntos débiles, como darles muerte. No era fácil, siempre tuvimos
muchas pérdidas humanas pero de a poco fuimos equilibrando las cosas
a nuestro favor. Sin embargo, un día sucedió algo inesperado para
todos. Para mí.
Recuerdo
todavía estar con Alissa en nuestras torres de vigilancia, ya
aburridos del tedio de pasar largas horas ahí arriba sin que pase
nada. Pero las desgracias no avisan nunca. De repente ella grita de
terror, estaba oscuro y una ráfaga de viento apagó las antorchas,
no veía nada pero escuchaba los ruidos, los pedidos de auxilio. No
pude hacer nada, porque caí y perdí la conciencia.
Cuando
desperté era ya de día, estaba todo demasiado calmo, el sol parecía
más pequeño que de costumbre, las nubes bajas. Era un paisaje
similar y distinto a la vez. Me paré con dificultad, me costaba
moverme, me sentía mareado y débil. Confundido.
La
busqué a Alissa con la mirada, era raro pero podía ver hasta bien
lejos en el horizonte, quise decir su nombre pero no pude emitir
palabra, lo intentaba pero cada vez que hablaba emitía un gemido, un
grito que me asustó hasta a mí mismo. Caminé hasta lo que parecía
ser un conjunto de casas amuralladas a lo lejos. Quería allegar
hasta ahí puesto que ya tenía hambre, mucha hambre.
Al
llegar vi columnas de fuego, una campana sonaba sin parar, quise
avisarles que llegaba pero otra vez mi voz no respondía, no pude
decir mi nombre ni preguntar por Alissa. Hasta que la vi entre ellos,
parecía herida. Corrí a su encuentro pero caí no sé donde, una
especie de zanja inmensa repleta de brea. Quise salir pero no podía,
a pesar de usar toda mi fuerza y gritar pidiendo auxilio.
Alissa
me miraba fijo desde su almena, de una manera fría y penetrante,
dura, como de odio. Me quedé absorto al verla así, tan delicada y
pequeña, tan asustada y con tanta ira en mi contra. Y fue cuando
disparó su flecha de fuego hacia donde yo estaba, hundido, pegado,
sin poder salir.
La
llamas subieron rápidamente, no sentía nada, no pensaba claro, pero
por lo menos pude mirarla por última vez antes de caer cual tea
ardiente y dejar de ser ese monstruo que no sabía que lo era hasta
que la vi a ella, hasta que me vi a mí mismo rojo, gigante y torpe.
Enamorado, confundido, furioso y triste a la vez.
Martín
Espinoza, 28 de mayo de 2019
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