martes, 5 de marzo de 2019

NUEVO

Fue una tormenta extraña, de esas nunca antes vitas. Vientos huracanados, granizo, muchos relámpagos, demasiados. Como casi siempre sucede fue de madrugada cuando uno está más desprevenido, de ahí sus nefastas consecuencias.

No supe que hacer, ni a donde ir, menos donde esconderme para evitar salir lastimado. Estallaron los vidrios. Todo de repente se volvió azul, y el viento arrasó todo y a todos. No recuerdo donde desperté, donde recuperé la conciencia, era un paisaje familiar y a la vez extraño.

Caminé sin rumbo fijo buscando recordar el camino a casa, a lo que quedaba de mi casa. Mi sorpresa grande fue ver que estaba todo en su lugar, como si nada hubiera pasado. Porque nada había pasado y, sin embargo, todo era distinto.

Me miraron azorados al abrir la puerta pues yo no pude ya que no tenia llaves. Mi esposa me preguntó que hacía volviendo después de todo ese tiempo y de lo que había hecho, yo le dije que me perdí esa misma noche en la tormenta y que ahora volvía a casa luego de unas pocas horas de inconsciencia. Nadie creyó mis palabras me dejaron afuera,

Fui a la casa de unos amigos del barrio pero no había nadie, de hecho, parecía un lugar abandonado, una casa vieja y derruida por los años. De todos modos entré y encontré varias cosas mías, cosas que no sabía como estaban ahí, quizás esa era mi casa, mi antigua casa, mi casa de siempre en ese lugar. No lo podía creer.

Pasé otra noche extraña, con sueños de cosas nuevas y de cosas viejas, de una vida y otra. Al despertar busqué entre las viejas cosas que había y encontré mis documentos. En ese momento supe quien era, mi nombre y mi tiempo de ausencia. No era yo o lo era de todos modos.

Volví a mi trabajo pero no pude entrar tampoco, nadie me conocía y yo no conocía a nadie. Pasó el tiempo y vagando de un lugar a otro supe la historia de ese nuevo mundo donde yo era un ausente, un olvidado, un desconocido.

Por suerte entres sus cosas, mis cosas, había algo de dinero, con eso pude viajar al pueblo de mis padres, de mi niñez. Afortunadamente ellos, nuestros padres, me reconocieron. Les relaté mi periplo; permanecieron mudos sin poder creerme nada, hablaron algo de mis viejos vicios y que necesitaba ir a un hospital. Les dije la verdad, que no tenía vicios, salvo el de leer, y se rieron de eso.


Supe muchas cosas de él, de mí. Yo ahora era él. Una versión mejor supongo. Un nuevo yo, un nuevo él. Era tiempo de seguir viendo o, mejor dicho, comenzar una nueva vida dentro de una historia vieja, de un cuerpo muy parecido al mío con un alma distinta.  

Martín Espinoza, marzo de 2019

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