martes, 28 de febrero de 2017

DESCANSO

Despierto un día cualquiera, ya no importa saber cuando. Camino por el largo pasillo despacio, me mareo un poco, descanso. Al llegar a la puerta, esa gran puerta blanca, se abre sola y me deja entrar a una especie de sala inmensa.

Está oscuro, me guío por una tenue luz arriba, casi como una estrella. Caigo de repente, tropiezo con algo en esa nada, no puedo levantarme. Lentamente la luz se hace más fuerte, de a poco voy viendo donde me encuentro. Es un espacio muy grande, de varios metros de largo y alto. Con butacas rojas como de teatro.

Por instinto me acomodo en uno de esos asientos. Veo las proyecciones gigantescas. Hay un niño que juega, me resulta familiar. Veo el paisaje, escucho el canto de las aves, caen lágrimas de mis ojos. No entiendo que pasa, pues conozco todo eso y, a su vez, me resulta extraño. De repente la veo, me llama por mi nombre. No puedo creerlo, es ella, como había olvidado, como la recuerdo.

Me levanto y corro hacia su imagen, caigo de nuevo en la alfombra oscura, siempre está lejos, llamándome, llamando a ese niño, a esa persona. A esa imagen en la otra pantalla. Me sacudo la ropa, me siento en otra butaca, respiro hondo. No soy yo quien está ahí, en esos recuerdos, ni quien está ubicado en ese sitio. No es ella, no podría serlo, quien lo llama, quien me llama.

Busco una salida, puerta o ventana. Por donde había entrado estaba cerrado, en vano fueron mis intentos por abrirla. No puedo salir, estoy atrapado. Camino un buen rato por los rincones de ese salón terrible, es como una sala de cine para cientos de espectadores. Pero ahí estoy solo con esas imágenes que no quiero ver.

El tiempo pasa lento, muy lento. Lo extraño es que sigo con vida, sin comer ni beber, ni necesito ir al baño. Es muy extraño, pero tampoco me encuentro cansado. Quizás sea sólo un sueño largo. Un estado mental del cual no salgo, un coma o un largo descanso. Quise salir pero ya me resigné a esta familiar nada.



Martín Espinoza, 25 de febrero de 2017



sábado, 25 de febrero de 2017

MONOTONÍA


Por aquel entonces despertó en el mismo lugar de siempre tan extraño a sus ojos y sentimientos como le fue costumbre varios años. Su esposa preparaba café, como todas las mañanas, las tostadas y el dulce de durazno eran parte del comienzo del día.

Leer el diario por costumbre no sólo lo distraía de su familia sino que lo informaba del mundo, aunque poco le importaba el mundo, pero era un buen comienzo, al menos tendría de qué hablar con sus compañeros de oficina. Aunque rara vez se comunicaba más allá de los saludos respectivos y de las indicaciones laborales.

Lo único que lo entusiasmaba era Irene, la nueva empleada. Una chica joven y muy bonita que lo había cautivado desde el primer día con su simpatía, su uniforme entallado, sus polleras cortas que dejaban ver generosamente sus piernas.

El viaje hasta su trabajo no era muy extenso, pero en una urbe como aquella hacía lento todo tipo de traslado. Parecía como si la ciudad quisiera dejarlo quieto, inmóvil a uno, a cada uno de sus ciudadanos, sin posibilidad alguna de salir, de avanzar.

Pero bueno, todos los días eran similares, y él ya estaba acostumbrado a semejante trajín. Su auto era nuevo –“maravillas del mundo capitalista” se decía irónicamente-, con una buena radio, y un silencioso aire acondicionado. Estaba solo y cómodo en ese espacio, rodeado de autos, él se sentía a gusto escuchando cada tanto la misma canción en la misma radio de hits de la semana.

Su trabajo tampoco le desagradaba, con los años había escalado posiciones solamente a fuerza de trabajo. –“Todo un mérito para un argento promedio” repetía cada tanto entre bromeando y lleno de autoconformismo-. Irene le recibía sonriendo amablemente en la recepción, su hermosa cara de promotora (lo había sido antes de comenzar a trabajar en aquella empresa), adquirían una luz llamativa con su cabello atado y sus anteojos de cristal casi sin graduación.

Él la saludaba cortésmente, y por quedarse unos segundos con ella le preguntaba cosas que en verdad le importaban poco y nada: “¿Cómo anda usted?”, “¿Conforme con su trabajo?” ¿Ha tenido algún problemita? ¿En qué puedo ayudarla?” Se ofrecía con la esperanza de tener un pretexto para verla más allá de las nueve de la mañana. Irene respondía sonriendo y con sus ojos claros lo miraba agradecida, pero nunca le solicitó ayuda alguna por un tiempo.

Y ese era final de las novedades, luego todo continuaba como siempre, luego del medio día su esposa lo llamaba por teléfono para contarle las nuevas en la escuela donde asistía su hijo Tomás. Él la escuchaba por momentos atentamente y respondía automáticamente: “Si querida, te quiero, lo sabés bien”, “Llego esta noche a tal hora”, “Cuidalo a Tomás...” Luego, se hundía en su trabajo.

Nadie negaba sus cualidades laborales, gracias a él aquella importadora había hecho excelentes negocios y era considerado una especie de engranaje invaluable y necesario en tal lugar.

Llegaba la hora de salir y él se apresuraba (cuando podía) a bajar antes de que Irene se fuera y con cualquier excusa lograba que ella se quedara un poco más. Irene era joven, no quería perder este empleo y respetaba a nuestro personaje llevada por los comentarios de los demás (algunos maliciosos pero ella no se dejaba “llenar la cabeza”, le gustaba creer que era ella quien hacía sus juicios de valor). Un día, por fin aceptó un café con aquel gerente tan ponderado.

“_ Es tu primer trabajo importante, por decirlo de alguna manera ¿verdad?
_ Sí, estoy muy feliz porque antes solamente hacía promociones que duraban un tiempo y luego no tenía nada y me ponía mal no tener dinero y hacer lo que me gusta.
_ ¿Qué te gusta?
_ La independencia. Salir y comprarme lo que quiera sin tener que pedirle dinero a mis padres. Usted me comprende.
_ Sí, por supuesto (le decía mientras pensaba en aquella idea de independencia) ¿Vivís con tus padres?
_ Por el momento sí, aunque quiero irme a vivir sola, si todo sale bien con lo que gano aquí puedo pensarlo seriamente.
_ Claro”. (Le respondía mientras la observaba ya con el cabello suelto y sin sus delgados anteojos, realmente le gustaba).

Irene vivía casualmente de paso al domicilio de su gerente. Así que él se ofreció a llevarla y ella aceptó sin pensarlo, era más cómodo parea ella viajar en auto que en un colectivo o en subte (que aborrecía íntimamente).

Así pasaron los días, los meses. Él seguía su vida como una sucesión de días calcados el uno del otro. Salvo los fines de semana que, por ser dos días solamente, no podían copiarse mucho el uno del otro. Tenían una casa quinta en las afueras de la ciudad, muy cómoda con un patio hermoso donde Tomás jugaba todo el tiempo. Su esposa se sentía muy a gusto en aquel lugar, hubiese preferido vivir allí a estar en su casa en la capital, pero seguía los gustos de su marido por amor, o sumisión, o comodidad.

Él se dedicaba, como si le gustara, a arreglar el quincho, cortar el césped en su tractorcito y a pasar las siestas con su esposa sentados bajo a sombra de una pérgola que siempre quiso hacer desaparecer desde el día que compró la quinta, pero su esposa...

El lunes, así, se convertía en un alivio del fin de semana, por ser el primer día de la semana la copia no existía ya que era el primero de cinco días, brillante y nuevo ante sus ojos. Irene, los lunes, estaba de muy buen ánimo porque disfrutaba los fines de semana y eso le daba energías para comenzar la semana laboral alegremente. Era una chica responsable que añoraba un paso en su “independencia”: vivir sola. Él la saludaba ya con cierta confianza, había logrado que ella lo tuteé debidamente. Había logrado algo más.

Irene admiraba a este hombre, por razones que ella creía tener y por otras que no comprendía. “Un hombre en su posición, tan amable con una recepcionista no es cosa común” Se decía inocentemente, a pesar de los comentarios de los demás empleados.

Llegó el día tan esperado. Aquel día que él había soñado desde que la conoció a Irene. Coincidió un problema de salud de la hermana de su esposa y ella tuvo que viajar con Tomás “porque todavía es muy chico como para que esté sin su madre”.

Era un viernes hermoso de primavera. Todavía el sol clareaba el cielo despejado y la tarde no podía ser mejor. Él aprovechó un gesto de ella para invitarla a comer algo, después la llevaría hasta su casa. Irene aceptó encantada, a esta altura del año ya lo quería sin saberlo o sin querer reconocerlo.

Comieron muy bien en un restaurante lejano pero hermoso, un lugar delicado y costoso como Irene nunca conoció pero que soñaba. Tomaron champaña de primera línea, Irene bebía alegremente. Ella hablaba y se reía constantemente, él la miraba sonriendo.

Lo que pasó después es algo que ella quería (aunque se lo negaba) y que él pretendía. Pasaron la noche en un hotel de tres estrellas, siguieron bebiendo y se dejaron llevar por la música suave y la atmósfera intimista de aquella habitación.

El sábado fue un día de amanecer tardío. Cerca de la una, Irene soñaba despierta con un amor eterno, con un amor de verdad con un hombre de verdad, mayor y con experiencia. Aunque con esposa e hijo... “Seguramente que ella no lo ama y que aquel hijo es lo único que lo ata a ella” –se confirmaba-. Se sentía enamorada. Él, muy satisfecho, dormía tranquilamente.

Almorzaron a las tres de la tarde. Irene había dicho a sus padres que se quedaba a dormir en casa de una de sus amigas (que sabía de la existencia del gerente). La ciudad tenía un color distinto o, mejor dicho, una luz distinta, mucho más brillante, las flores eran más preciosas que nunca y su perfume inundaba el alma de Irene. Para él era también un día distinto, no estaba en aquella quinta con su mujer y su hijo.

Pero uno es un animal de costumbres. Nuestro gerente pronto se olvidó de Irene, a pesar de que ella lo buscaba con la mirada, esperaba un café a la tarde o una rosa a la mañana, nunca los tuvo.

No sé sabe bien cuando Irene decidió irse de la empresa y cuando comenzó Mónica a trabajar en su lugar. Pero él ya tomaba café con Mónica de vez en cuando. –“Todo un mérito para un argento promedio” Se decía orgulloso.


Martín Espinoza, noviembre de 2004

viernes, 24 de febrero de 2017

BUCLE


La noticia fue todo un evento. Ese día todo corría en su rutina. Será por eso que no noté diferencia alguna en mi vida. Pero ahí estaba el dilema. Para algunos la locura, para otros la vida eterna. Para mí nada, lo mismo de siempre.

Un error terrible en el colisionador de adrones había desatado tal singularidad. Un bucle de tiempo espacio nos había atrapado, o nosotros lo habíamos atrapado, quien sabe. Lo cierto es que se repite el día en todo el mundo para acaso siempre, si es que siempre corresponde ahora que rompimos el tiempo.

Siempre el mismo café, la misma gente que atender, las mismas rutinas, la misma agua, la misma camisa. La misma suerte de esa tarde. La resurrección de cada día. Recuperar todo de un día al otro, o el mismo día clonado era como un milagro. A veces, con los años, escapaba de ese destino yendo por otras calles, otras me dejaba caer en esa esquina y que pase lo que pase.

Quien sabe, quizás mañana el bucle se termine y por fin salga en los diarios que fui uno más en las cifras de violencia de esta ciudad. Al menos ya no me sorprende que eso pase.



Martín Espinoza, 22 de febrero de 2017

martes, 21 de febrero de 2017

FIN DE TEMPORADA


Ahora no vengas con quejas o excusas para buscar la puerta. Ya está, olvidate, está cerrada. De acá nadie sale, al menos por ahora. Vos sabías las consecuencias cuando dijiste que si, ¿Te lo dije antes o no?. ¿No? No puede ser, siempre hago las advertencias pertinentes. ¿Se me habrá pasado? Bueno, no importa, ya estamos todos acá.

Cada uno tiene su manual, si hacen todo lo que está escrito no van a tener problemas, pero tengan cuidado, acá no se perdonan errores o improvisaciones, vos tenés un rol importante, dejá de llorar y cambiate, que en un hora comienza todo y no hay vuelta atrás.

Listos todo? En un minuto empezamos, cuando acuerden bajan la persianas y seremos libres, tranquilos que yo también estoy como ustedes, es ridícula esta ropa. Vení!! A dónde vas? Estrás arruinando todo, mirá que ya abre!!

Esa mañana no abrió la tienda, hubo un problema con los maniquíes del escaparate central. Parece que los robaron. Aunque un viejo guardia dice que los vio pasar corriendo justo un segundo antes de que abriera el local, una novia y su séquito corriendo a los gritos detrás de ella. Nadie le cree.


Martín Espinoza, 17 de febrero de 2017


domingo, 19 de febrero de 2017

DESPEDIDA

Esa tarde fue extraña, un dejo de no sé que cosa me llenó el alma. Daba igual si llovía o no, no me importaba nada. Y como en todos los casos estaba acostado, viendo mi celular por costumbre, esperando alguna especie de milagro en la rutina.

De repente ahí estaba, me saludaba ella antes que yo. Me pregunta como estaba, si quería que nos viéramos un rato, no podía creerlo. Pero ante esa instancia del destino no dije que no, acepté sin pensar en nada, di un salto de la cama.

La esperé donde habíamos dicho, que raro un domingo. Sinceramente no me gustaba ese lugar, pero era así su deseo. No sé cuanto tiempo pasó, cuanto estuve ahí, sólo recuerdo que era de noche y ya no había nadie en la calle. Me puse en la empresa de esperar un taxi, ya resignado y burlado en mi amor propio.

Cuando veo su silueta, era como un fantasma en la oscuridad rota en partes por las luminarias. Sin dudas era ella Me acerqué despacio a su encuentro, venía caminando lento como sin ganas hacía mí. La saludé como un amigo y ella con gesto displicente me dio la mano, su suave y delicada mano.

No dio excusas ni pidió disculpas, me dijo que me tenía que decir algo importante, algo que me iba a costar creer pero que era la verdad, la realidad. Pensé que había venido borracha o bajo los efectos de algo, la noté como ida, nerviosa, dispersa. Era su cuerpo conmigo, pero su alma estaba lejos, no sé donde.

Fuimos a un barcito que ni sabía que estaba en ese lugar, no pedimos nada, no pareció importarle al mozo nuestra indiferencia. De repente toma mi mano, me mira fijo y me dice: ¿Entendés que todo esto es mentira, no? ¿Una fantasía tuya que no tiene relación alguna con la realidad? ¿Sabés quien soy?

Me quedé mudo, solté su mano, sin decir nada, atiné a hacer un gesto afirmativo con la cabeza, me levanté de mi asiento y salí de ese lugar hacia la nada. Ella tenía razón. No era ese mi mundo, no era yo parte de todo eso. No sabía siquiera su nombre, era como una idea que tenía, una musa, nada más.

La neblina me cubrió lentamente. Me desvanecí en ella como lo que era, un fantasma, en espectro confundido en un universo distinto al mío. No sé mi edad, mi nombre, ni nada de mi vida, era una fantasía suya, un amigo imaginario de su niñez. Algo que no debía existir, algo que no existía.


Martín Espinoza, 19 de febrero de 2017



viernes, 17 de febrero de 2017

GAMER


Una vez más. Vamos de nuevo. Ya aprendí los trucos, los señuelos, las estrategias, los tiempos, donde están los mejores lugares para este juego. El servidor ya tiene mis datos, ya pagué las cuotas atrasadas, me espera la gloria misma. Tengo las claves, soy un experto.

El primer nivel es mera práctica, un requisito que hay que pasar si o si. Me desenvuelvo sin problemas. No hay grandes recompensas ni nada que perder. Pero uno se suelta un poco de todos modos. Al fin puedo entrar en el segundo nivel, ahora si, comienza la acción, básica por el momento. Un disparo aquí, otro allá; no ofrecen mucha resistencia los enemigos.

El tercer nivel tiene o suyo, es más de estrategia, ahora hay que ser cuidadoso, llegan los refuerzos. Mis compañeros de equipo están nerviosos, no entiendo por qué, todavía no tenemos baja alguna. Van rodeando el edificio, buscamos posiciones estratégicas. Tenemos que llegar al cuarto nivel como sea.

De a poco vamos ganando ventaja, lamentablemente tenemos dos bajas, pero los demás nos acomodamos a la situación sin mayores inconvenientes. Tenemos lista la salida, fuego de cobertura, al fin estamos en la ruta. Nos persiguen varios, y otros se suman. No esperaba que este nivel sea de tal manera, pero es lo que le da emoción al juego.

La huida es a toda velocidad, disparar así no es cosa simple pero soy un gran tirador, un buen estratega. Estamos a punto de llegar a un punto de control, desde ahí podemos repensar nuestra situación, descansar un poco. Uno de los integrantes del grupo se revela, quiere entregarse, quiere rendirse; cosa imposible porque implica la baja de todo nuestro equipo. Le pido que no lo haga, que siga, que dependemos de él y él de nosotros. No hay caso, apunta su arma en contra mi avatar, tuve que desconectarlo del servidor.

Recibimos ayuda impensada, obtenemos una ventaja enorme. Al fin termina este duro nivel. Dos bajas más, más a quien tuve que banear, una pena. El quinto nivel comienza tranquilo, como premio del nivel anterior, conseguimos municiones, botiquines, medicinas. Nuestra ayuda se une a nosotros. Estamos listos para una nueva batalla.

Pero lo impensado suele suceder. Ahora comprendo que esa ayuda tenía su precio. Pasamos el nivel cinco sin un rasguño, casi milagrosamente. Pero habíamos cometido, sin saberlo, un pecado grave que debía ser penalizado. Habíamos hackeado el servidor, modificado las leyes del juego. Fuimos dioses un nivel.

Nuestra ayuda, nuestros aliados resultaron ser parte del sistema, del mismo juego. Se unieron a nosotros y nos hicieron parte de ellos. Superamos las penalizaciones porque éramos ya uno con ese universo. Somos el juego, la realidad ahora, lo cotidiano. Disponemos las reglas, quien gana y quien pierde. Nuestros cuerpos humanos fueron olvidados. Somos avatares, personajes de unos pocos bytes sin alma, bajo el arbitrio de un gamer.



Martín Espinoza, 17 de febrero de 2017

RE INICIO

Despertó un día de esos extraños donde no se sabe bien que hora es. El cielo gris no dejaba ver el sol que con su difusa luz parecía no esta...