Esa
noche hicimos “clic” como nunca antes había pasado. De repente
ya no importaba nada de lo que ahí pasaba, fuimos dos seres nuevos
que se encontraron en una frase, una palabra. Las horas pasaron
rápido, sin ninguna despedida cada uno a su casa.
Durante
la semana seguimos en contacto, la descubrí de muchas maneras,
admiré su real belleza, ese talento, esa inteligencia.
No
sé por que ahora pienso en su sonrisa, en sus ojos, en sus delicadas
manos blancas.
La
busco sutilmente, la provoco con palabras, me regala sus dones y
siento que al fin existe eso de alma hermana. Somos ambos uno, o
quiero creer que es de esa manera. Al menos puedo soñar aunque sea.
Si
algún día decide irse lejos, me iré con ella, de la única manera
que puedo acompañarla, con el pensamiento, las ideas. Los textos que
reciten las estaciones, sumen los años. La vida entera.
Me
hace falta y no lo supe hasta ahora, hasta leerla, escucharla, saber
de ella, un poco más conocerla. Ahora mismo que decide abrir sus
alas y levantar el vuelo para emigrar a mejores climas donde crezcan
sus talentos.
Nunca
estará lejos porque la llevo dentro, tatuada en el alma como una
hermosa marca de lo que no poseo.
Martín Espinoza, noviembre 2017.-
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