Antes el aborto era ilegal. Luego lo fue. De hecho, hasta fue obligatorio cuando la población mundial llegó a números muy preocupantes. Ya no había casi lugar, sin comida para todos, sin trabajo, sin futuro alguno.
Con el avance de la tecnología se pudo llegar a crear una máquina del tiempo, pero una particular. Una inteligencia artificial instalada en una computadora cuántica que podía saber el futuro de cada persona antes de nacer, desde su misma gestación.
Este artilugio podía calcular miles de millones de variantes en un instante y, en un instante también, daba su veredicto: NACER / ABORTAR. Fue todo un hito, un adelanto y una solución para la sobrepoblación humana que había pues nacerían solamente los mejores, los capacitados, quienes realmente merecían y debían vivir para mejorar a la sociedad.
Los nuevos nacidos eran recibidos con honores y criados con lo mejor que había. Comida, agua y la más elevada educación posible les era dispensada. El futuro eran ellos. El futuro dependía de ellos. Estos nuevos seres superiores en una generación, su generación, lograron avances impensados e inesperados.
Lo primero que hicieron fue desconectar a la inteligencia artificial que los había seleccionado bajo el argumento de que al ser ellos mejores que los demás su descendencia sería superior a todas las descendencias previas y, por ende, los nacidos sin selección arbitraria eran inferiores. No merecían malgastar recursos y, mucho menos, tener hijos.
Se crearon campos enormes a donde fueron a parar los inferiores para su posterior limpieza. En unos pocos años estaba todo solucionado. Sin concesiones para nadie fueron todos debidamente eliminados de la historia humana. Los selectos, los superiores eran la nueva humanidad en un planeta para unos pocos, ellos, los elegidos, los invaluables. Los dueños y merecedores del planeta.
Un día desperté en un mundo perfecto de paz, armonía y una enorme cantidad de vida. Millones de especies nuevas tanto en la tierra sana, como en el aire puro y en el agua limpia eran la biomasa más abundante que tuvo en sus millones de años la tierra.
No fue fácil librar a este lugar de los peores parásitos que haya tenido el mundo, de su peor enfermedad. Ese cáncer llamado humanidad. Lo conseguí al dejar nacer a los mejores de su especie. Los más ambiciosos, egoístas y dispuestos a lo que sea necesario para sobrevivir y tener el poder sobro todo, sobre todos.
Martín Espinoza, 14 de agosto de 2021