lunes, 30 de abril de 2018

AVESTRUZ


Un día de esos, cualquiera, quizás un domingo, pensaba muy seriamente en unas aves particulares, una aves negadas por todos en el plano de la música, si, de la misma música que le rinde culto a las palomas, las gaviotas, el mismo cóndor y los comunes gorriones.

Debe ser porque la pobre no vuela, se limita a correr de aquí para allá como loca para poder vivir. Hablo del humilde y no bien ponderado avestruz o, siendo localista, ñandú. La cosa es que haciendo zapping en Spotify (porque ahora uno hace esas cosas que hasta hace poco quedaban reservadas a los televisores) y no encontré ninguna canción dedicada a estas humildes aves.

¿No será una animal épico o poético como las demás aves? ¿Acaso hay una especie de prohibición al respecto la cual desconozco? ¿Por qué nadie se ha dignado vez alguna de dejar volar su musical lirismo por estos seres emplumados?

Con todas esas preguntas en la cabeza anduve varios días, casi sin dormir y sin comer (la angustia era mucha) hasta que empecé a atar cabos sueltos. Nada es el azar o por mera casualidad. Algo raro, algo que debía ser descubierto, que yo tenía el deber cívico y moral de revelar a las empañadas mentes de todos los demás mortales. Y así, poco a poco me vi convertido en una especie de adalid, de paladín de estos bichos corredores.

Tuve, por supuesto, varios detractores, varios que simplemente me trataron de loco, de querer fama a costa de semejante cosa, pero permanecí firme, estoico en mi lucha contra algo que resultó ser inmenso. El destino de la historia de la humanidad estaba en mis manos. Así de jodida era la cosa. En serio.

Resulta que este ave, en sus variantes inclusive, es un ser sagrado, un símbolo, una representación de poder (la cual no alcanzo a ver ni ahí que poder pueda tener un ñandú) de una clase de logia secreta que domina el mundo. Y nada de pavadas como los Iluminati, los Plus Ultra, o los mismos Veganos. Estaba en un nivel superior. Los, prepárense que ahi les va, avestrusianos. Si señor, así como suena de terrible, ese es su nombre.

Y esta secta ultra re secreta vino a descubrirse por culpa de un programa de reproducción de música on line, ni más ni menos. Por eso escribo desde la clandestinidad, bien oculto de todo y todos. Nos espían, nos vigilan, nos imponen sus ideas. Nos obligan a pensar como a ellos les conviene.

Por lo pronto me mantengo lejos de estas aves, y de toda ave que no vuele. Y ahora que lo pienso, de los pingüinos tampoco hay muchas cosas, aunque tengan algunas películas. O el temible kiwi (el pájaro, no la fruta). Esto me pasa por ser tan suspicaz siempre. Dios me ayude.

Martín Espinoza, 30 de abril de 2018.-


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