lunes, 8 de septiembre de 2014

UNO Y LOS DEMÁS

Muchas veces uno se siente solo, como si estuviéramos en una isla en el medio el océano. Sin embargo, esta es una sensación muchas veces falsa. Quizás sea que asumimos la soledad como una falta en la satisfacción de nuestras necesidades pero hay que saber que el otro/los demás no están para cumplir nuestros deseos y mucho menos para paliar nuestras carencias.

Los demás están tan cerca como los dejemos estar, depende de nuestra apertura hacia ellos. Porque debemos aceptar al otro tal cual es, así como ellos nos deben aceptar como somos. Por supuesto que cada uno debe “adaptarse” al otro, sin dejar de lado nuestra personalidad, y que siempre está latente la posibilidad del cambio.

Hay que pensar que los demás tienen las mismas necesidades que nos apremian y muchas otras que no alcanzamos a imaginar. Pero nunca debemos dejar de ser luz así como ellos son luz para nosotros.

Pasa que, en ciertas ocasiones, transitando los caminos de esta vida, nos topamos con personas especiales. Personas que nos hacen ver las cosas de otra manera, que nos rescatan de nuestras frustraciones, nuestras tristezas, nuestros dolores. Personas que con su dulzura, su bondad, su alegría nos hacen pensar que no todo está perdido en este mundo. Personas que nos llenan de ganas de seguir adelante, a pesar de todo.

Personas con sus defectos, como los tenemos nosotros. Personas que en muchas ocasiones nos van a ayudar y muchas veces tendremos que ayudar. Gente que lucha día a día, al igual que nosotros, que sueña, que trabaja, que construye su futuro desde su lugar.

Necesitamos de los demás, en todo sentido. Pero especialmente necesitamos a los demás afectivamente. Ganar un amigo, un amor, es el mejor tesoro que podremos alcanzar. El resto: los títulos, el dinero, la fama, son meros instrumentos que de nada nos sirven si estamos solos. Si no aprendimos a querer y ser queridos.

Uno puede tener muy poco, o nada, materialmente, pero puede poseer mucho espiritualmente. Porque amar es entregarse sin esperar nada a cambio. Y se recibe muchísimo más de lo que se brinda. Por eso debemos dejar todo por el prójimo, por quienes amamos y nos aman y, sobre todo, por quienes no conocemos.

Para esto último necesitamos FE. Fe en Dios, AMOR a Dios. Y amar a Dios es amarnos a nosotros mismos y a los demás como ÉL nos amó. Por supuesto que no es fácil hacer esto, primero deberemos vencer (tarea de toda la vida) nuestros miedos, nuestros prejuicios, nuestras falencias, nuestras flaquezas. Y sobre todo, debemos creer siempre, en Dios, en nosotros y en los demás.


No estamos solos, simplemente no hemos tendido nuestra mano a modo de puente con los demás. Abrir el corazón. Dar lo mejor de nuestro esfuerzo sin esperar nada a cambio. Debemos AMAR, simplemente querer.

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