Muchas
veces uno se siente solo, como si estuviéramos en una isla en el
medio el océano. Sin embargo, esta es una sensación muchas veces
falsa. Quizás sea que asumimos la soledad como una falta en la
satisfacción de nuestras necesidades pero hay que saber que el
otro/los demás no están para cumplir nuestros deseos y mucho menos
para paliar nuestras carencias.
Los
demás están tan cerca como los dejemos estar, depende de nuestra
apertura hacia ellos. Porque debemos aceptar al otro tal cual es, así
como ellos nos deben aceptar como somos. Por supuesto que cada uno
debe “adaptarse” al otro, sin dejar de lado nuestra personalidad,
y que siempre está latente la posibilidad del cambio.
Hay que
pensar que los demás tienen las mismas necesidades que nos apremian
y muchas otras que no alcanzamos a imaginar. Pero nunca debemos
dejar de ser luz así como ellos son luz para nosotros.
Pasa
que, en ciertas ocasiones, transitando los caminos de esta vida, nos
topamos con personas especiales. Personas que nos hacen ver las cosas
de otra manera, que nos rescatan de nuestras frustraciones, nuestras
tristezas, nuestros dolores. Personas que con su dulzura, su bondad,
su alegría nos hacen pensar que no todo está perdido en este mundo.
Personas que nos llenan de ganas de seguir adelante, a pesar de todo.
Personas
con sus defectos, como los tenemos nosotros. Personas que en muchas
ocasiones nos van a ayudar y muchas veces tendremos que ayudar. Gente
que lucha día a día, al igual que nosotros, que sueña, que
trabaja, que construye su futuro desde su lugar.
Necesitamos
de los demás, en todo sentido. Pero especialmente necesitamos a los
demás afectivamente. Ganar un amigo, un amor, es el mejor tesoro que
podremos alcanzar. El resto: los títulos, el dinero, la fama, son
meros instrumentos que de nada nos sirven si estamos solos. Si no
aprendimos a querer y ser queridos.
Uno
puede tener muy poco, o nada, materialmente, pero puede poseer mucho
espiritualmente. Porque amar es entregarse sin esperar nada a cambio.
Y se recibe muchísimo más de lo que se brinda. Por eso debemos
dejar todo por el prójimo, por quienes amamos y nos aman y, sobre
todo, por quienes no conocemos.
Para
esto último necesitamos FE. Fe en Dios, AMOR a Dios. Y amar a Dios
es amarnos a nosotros mismos y a los demás como ÉL nos amó. Por
supuesto que no es fácil hacer esto, primero deberemos vencer (tarea
de toda la vida) nuestros miedos, nuestros prejuicios, nuestras
falencias, nuestras flaquezas. Y sobre todo, debemos creer siempre,
en Dios, en nosotros y en los demás.
No
estamos solos, simplemente no hemos tendido nuestra mano a modo de
puente con los demás. Abrir el corazón. Dar lo mejor de nuestro
esfuerzo sin esperar nada a cambio. Debemos AMAR, simplemente querer.
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