lunes, 8 de septiembre de 2014

ENTRE ELLOS

Preferiría estar ausente en determinadas circunstancias, pero ser mortal me obliga a quedarme -ya no puedo desvanecerme a voluntad como antes-. Pero no es tan malo, al menos ahora la gente se acerca a mí, me habla, hablo con ellos, hasta supe lo que es el amor, la traición, el olvido.

Trabajo, en horario de comercio en la ciudad de Santa Fe, no me puedo quejar. Bueno, si me quejara sería un empleado a la deriva, en esta casa de venta de electrodomésticos. El empleado debe estar siempre feliz, sonriente. Aunque he encontrado mis maneras sutiles de rebelión, no mintiéndole al incauto cliente ante las tentadoras ofertas... Mire, es mejor este o este otro que el que usted pretende llevar, cuesta más, si... hágame caso, no se va a arrepentir, créame.

Alquilo aún, porque en verdad no hace mucho que adquirí esta forma y de este lado de la realidad las cosas cuestan, el dinero manda y no otra cosa.

Lo que me gusta en mis fines de semana es salir por ahí donde pinte –dirían algunas- la costanera, la “citi” con sus barcitos carísimos y de regular atención. Entrar en un boliche, perdón, “pub”, bailar y bailar horas hasta que el cuerpo diga basta –me gusta esa sensación de cansancio, lo tomo como mi revancha ante este cuerpo, esta prisión de piel, carne y huesos-.

Se preguntarán ustedes, quienes sean, quien fui antes de ser quien soy. Como decirlo... mis recuerdos han sido debidamente borrados hasta la mera confusión. Supongo que la sombra que se oculta en los espejos, la brisa que acaricia de repente con su tibieza y nos hace recordar eso... Eso que sentíamos perdido... Lo que importa es que ahora estoy de este lado.

Mi nombre está de más, por lo común y aburrido, no vale la pena mencionarlo. Lo cierto es que trabajo, que camino por la peatonal todos los días, que viajo en micro, perdón, “colectivo” como todo el mundo, pago mis cuentas y a veces sueño con una vida mejor. Quizás volver a mi estado anterior, pero me han borrado los recuerdos, aunque sospecho que es un castigo a mi envidia. Verlos pasar siempre, hablando entre ellos, comiendo, besándose algunos, llorando –y hasta supe que se morían- me hizo pensar que sería una buena idea estar de ese lado.

Ahora lo estoy, soy uno más que camina por ahí, entre ellos, entre todos, siendo parte de ellos, una más de todos. Una simple mujer que soñó un día con ser brisa tibia, ángel o demonio pero que regresó. Ah... la envidia, la nostalgia como consiguen hacernos volver a la nada.


Martín Espinoza, febrero de 20061

1Corregido en septiembre de 2014

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