El tiempo irá borrando todo, casas, ciudades, el ego nuestro tan grande, estúpido y destructivo. El amor como signo, la humanidad como hito de lo malo, lo bueno, lo digno y prohibido. Las aves serán libres, los peces en el rio, el mar, los océanos no nos recordarán porque no nos han conocido, y las demás especies no querrán recordar nunca más a seres tan necios, tan crueles, dignos de olvido.
Veo las noticias, la gente creyendo ser el mismo centro del universo, sus problemas son culpa de otro y la normalidad la manera sutil de sentirse vivos en una sociedad que los aliena, los deja vacíos, creyendo que poseer cosas los hace mejores, seres superiores a los cuales todos se les da porque lo merecen, porque son dignos quien sabe porque sino extraño del destino.
Ya vamos cayendo de a millones en un estado crítico pero miramos la televisión, los celulares y hasta hacemos videos con estúpidos desafíos, lloramos con gatitos abandonados y nos indignamos hasta la ira más ferviente con lo que sea distinto. Somos jueces, verdugos y a la vez indiferentes. El mundo, las vida pasa afuera, lejos de nuestras cómodas cuevas donde siempre dormimos.
Tal vez algunos niños, de esos especiales, de alma pura y corazón limpio caminen por las calles llenas de flores y sean ángeles que reporten al infinito que fuimos, hace mucho, una humanidad sin sentido, una rara especie que ya no existe, ya no crea ni destruye ni se pelea con su tono altivo.
Y un día el agua estará limpia, el cielo celeste, el aire puro. Nuevos animales, nuevas vidas, un nuevo mundo en este planeta libre de la peste, de ese virus que hemos sido.
Martín Espinoza, 18 de mayo de 2021
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