La
noche es cerrada, fría, sin nadie en la calle. Hasta que de repente
a lo lejos y, poco a poco más cerca, escucho los sonidos de golpes
metálicos sin alma, con bronca. Gritos de animales furiosos
exigiendo a su mala manera algo que no alcancé a comprender.
Sombras ocultas en la profundidad de la noche, cobardes y egoístas.
Inhumanas.
Alarmado
ante semejante espectáculo dantesco cierro las ventanas y me centro
en mis ideas, en tratar de razonar, de pensar y meditar que defienden
quienes defienden lo indefendible. ¿Será acaso exponer su propia
miseria, su mala persona, su cobardía? ¿Cómo es posible que ante
un momento tan grave para toda la humanidad simplemente esta clase de
seres estén a favor de quienes siempre nos robaron?
Sinceramente
no vale la pena discutir con nadie acerca de esto que pasa, porque
están tan alienados en su basura que lo que se consigue es sólo una
discusión, una pelea absurda con alguien que jamás ha entendido ni
entenderá de razón, de argumentos. No están creados para pensar
por sí mismos. Sus cabezas son copas vacías que se llenan de mierda
nueva cada día, según la necesidad de quienes los manejan, de
quienes les dictan que y como pensar, sentir y actuar.
Son
los mismos que no tienen problema alguno en no respetar nada, en
quejarse siempre de lo que sea, en defender locuras, aberraciones,
injusticias. Traicioneros desde la cuna son la razón por la cual no
se crece como sociedad, como un todo. Atrasan el mundo entero, lo
destruyen, lo agravian con su estupidez maligna. Y no se cansan de
ser así, al contrario, se esmeran por superarse, por ser cada vez un
poco peores.
Tal
vez algunos estén confundidos, sus almas veladas por alguna sombra
que les impide ver la verdad, entender la realidad de las cosas. En
el fondo tengo esa esperanza. Sería horrible que existan esos
monstruos que demuestran ser en lo cotidiano, en ese negar la mano al
prójimo para cerrarse en su propio nefasto y rabioso odio.
Martín
Espinoza, 02 de abril de 2020
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