Nadie nunca, bajo ninguna circunstancia, puede faltarnos el respeto, sea quien sea, donde quiera que sea, en el puesto que se ocupe. Es más, cuando más alto esté en alguna posición de poder más respetuoso y humilde debe ser dado que el mal que se le puede provocar a la persona agredida puede ser muy severo.
Para que esto suceda, para que se lleve a cabo, deberá estar alto en valores morales, en humildad, conocimiento de la historia del otro para tener empatía y saber guiar fraternalmente en la corrección de los errores que los demás puedan tener, que nosotros, todos, podamos tener.
Porque nadie está exento del error, nadie es perfecto y esto nos hace humanos, nos exige ser humildes, si hasta estas dos palabras tienen la misma raíz latina: hŭmĭlĭtas, ātis.
Si se exige, si se insulta, si se agrede, amenaza y se recurre a la intimidación todo lo dicho, aunque se posea la razón, pierde valor, deja de ser valedero, se convierte en una falacia, una agresión, un ataque que muestra la miseria de quien la profiere. Hablando del otro y mal del otro se habla mal de uno mismo.
Este mal hablar, este ataque verbal genera una acción adversa, se genera un antagonista. Pues quien es atacado se va a defender, está en su derecho. Y si quien agrede sabe de su posición y, por ende, sabe que tiene las de ganar, es un vil cobarde escudado en un lugar de privilegio que no merece porque el mismo hecho de su actitud demuestra su miserable alma.
Pocos pueden tener “poder” porque pocos son dignos, son lo suficiente grandes y maduros para tal efecto. Pocos son buenas personas. Y parece que el mundo está dominado por una manada de seres repugnantes. Sin alma, sin valor, sin coraje, sin conciencia ni moral alguna que viven en su vacía vanagloria.
Martín Espinoza, 01 de mayo de 2022
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