Nadie
se dio cuenta nunca. Todo fue o muy lento o muy rápido como para
reaccionar. Lo cierto es que terminamos así. No era malo ni bueno
porque en apariencia no cambiaba nada. Pero había algo extraño en
la esencia misma de las cosas, del tiempo, del amor, de las sombras.
Creo
que noté los cambios una tarde, luego de mi siesta, un silencio
profundo me recibió al despertar, un mundo sin sin tiempo alguno,
inmóvil, extraño. Me sentía más cansado que antes, como si no
hubiera dormido nada o, quizás, millones de años.
Salí
a la calle, casi por obligación, a comprar algo para cenar y tuve
esa sensación de que todo lo que veía pasar ante mí ya había
pasado hace demasiado tiempo. Era yo quien hablaba y, a su vez,
recordaba la conversación con algunas de las personas que encontré
en mi camino. Lo raro es que nada de eso me tomó por sorpresa.
Estaba
todo proyectado de alguna manera en mi propia memoria, todo lo que
veía, pensaba, sentía. Cada detalle era una copia de otra cosa,
similar y distinta, una capa arriba de algo que asustaba. Seguía la
corriente de los días como si nada, pero todo era lo mismo. Se
repetía la secuencia cada tanto, a cada momento. Siempre el mismo
día con alguna variante. Algo más perverso que la rutina, una copia
de un día modificada un poco cada vez para que parezca diverso,
diferente. Para engañarnos a todos.
Lo
cierto es que yo no era yo si no un conjunto de códigos con un
nombre que no era mi nombre, y una vida que no era mi vida, porque
nunca estuve vivo. Nadie está vivo. No existe ni tiene alma. Nadie
tiene nombre. Somos algoritmos en un disco mecánico alimentados por
corriente alterna, átomos que encienden y apagan, siguen un esquema.
Supongo
que el mundo que emulamos habrá sido algo bueno y malo a la vez, con
cosas buenas y malas, gente buena y mala. Ahora nada es nada, no hay
bien ni mal, solo apariencia, apenas una secuela de algo que fue
grande y es ahora lo que resta de un sistema que ya nadie actualiza
ni revisa ni comprende.
Por
eso no me importan las cosas, por eso tengo este desdén hacia todos,
este desinterés y desapego, no puedo decir tristeza y menos
depresión pues no soy alguien, no tengo sentimientos, ni siquiera se
que es eso, pero leí esa palabra escrita muchas veces en las paredes
tal vez como señales, como marcas de que un ser vivo, un dios que
nos hizo se ha ido, ha muerto y nos dejó a la misma suerte del
silicio.
Martín
Espinoza, 06 de julio de