Me
levanto como cada día, agobiado por la rutina, añorando la siesta,
el fin de semana, las vacaciones para no hacer nada, no ver a nadie,
leer y escribir como me gusta. La mañana pasa rápido soportando las
horas hasta la salida. La siesta, luego la vida.
La
cosa es que todo pasa rápido, demasiado. De un tiempo a esta parte,
precisamente el tiempo es más breve, más corto en su duración.
Todo sucede muy rápido. Este mismo año se está yendo y todavía no
me acostumbro a escribir “2018”.
Por
eso mismo noto que algo no anda bien en esta realidad que pensamos
verdad, con un tiempo fijo y una sucesión azarosa de hechos. Algo se
quebró en la lógica, en la programación de este universo. Por
momentos siento que todo se ha detenido una cantidad inmensa de
siglos, para seguir luego donde habíamos quedado antes de nuestro
“stand by”.
Nadie
se da cuenta de que estamos más viejos, que todo ha cambiado de
alguna manera y no son las mismas estrellas las del cielo que vemos.
Nadie nota que se acelera todo y por eso mismo se detiene a modo de
equilibrio, de evitar el fin de esta esfera en la cual estamos.
Por
eso cada vez permanecemos apagados más tiempo y eso trae sus
consecuencias, aunque se evite la falla general en esta simulación
no creo que los reinicios sean infinitos. Tarde o temprano
simplemente seremos incapaces de volver a encender, de activarnos.
Ese
será el mismo fin de todo, sin darnos cuenta de nada, pensando que
todo es serio, que la vida es rutina y obligaciones cuando somos
apenas unos pocos megas en una extraña máquina de la cual nunca
sabremos nada.
Martín
Espinoza, 07 de octubre de 2018.-