Un
día de esos, cualquiera, quizás un domingo, pensaba muy seriamente
en unas aves particulares, una aves negadas por todos en el plano de
la música, si, de la misma música que le rinde culto a las palomas,
las gaviotas, el mismo cóndor y los comunes gorriones.
Debe
ser porque la pobre no vuela, se limita a correr de aquí para allá
como loca para poder vivir. Hablo del humilde y no bien ponderado
avestruz o, siendo localista, ñandú. La cosa es que haciendo
zapping en Spotify (porque ahora uno hace esas cosas que hasta hace
poco quedaban reservadas a los televisores) y no encontré ninguna
canción dedicada a estas humildes aves.
¿No
será una animal épico o poético como las demás aves? ¿Acaso hay
una especie de prohibición al respecto la cual desconozco? ¿Por qué
nadie se ha dignado vez alguna de dejar volar su musical lirismo por
estos seres emplumados?
Con
todas esas preguntas en la cabeza anduve varios días, casi sin
dormir y sin comer (la angustia era mucha) hasta que empecé a atar
cabos sueltos. Nada es el azar o por mera casualidad. Algo raro, algo
que debía ser descubierto, que yo tenía el deber cívico y moral de
revelar a las empañadas mentes de todos los demás mortales. Y así,
poco a poco me vi convertido en una especie de adalid, de paladín de
estos bichos corredores.
Tuve,
por supuesto, varios detractores, varios que simplemente me trataron
de loco, de querer fama a costa de semejante cosa, pero permanecí
firme, estoico en mi lucha contra algo que resultó ser inmenso. El
destino de la historia de la humanidad estaba en mis manos. Así de
jodida era la cosa. En serio.
Resulta
que este ave, en sus variantes inclusive, es un ser sagrado, un
símbolo, una representación de poder (la cual no alcanzo a ver ni
ahí que poder pueda tener un ñandú) de una clase de logia secreta
que domina el mundo. Y nada de pavadas como los Iluminati, los Plus
Ultra, o los mismos Veganos. Estaba en un nivel superior. Los,
prepárense que ahi les va, avestrusianos. Si señor, así
como suena de terrible, ese es su nombre.
Y
esta secta ultra re secreta vino a descubrirse por culpa de un
programa de reproducción de música on line, ni más ni menos. Por
eso escribo desde la clandestinidad, bien oculto de todo y todos. Nos
espían, nos vigilan, nos imponen sus ideas. Nos obligan a pensar
como a ellos les conviene.
Por
lo pronto me mantengo lejos de estas aves, y de toda ave que no
vuele. Y ahora que lo pienso, de los pingüinos tampoco hay muchas
cosas, aunque tengan algunas películas. O el temible kiwi (el
pájaro, no la fruta). Esto me pasa por ser tan suspicaz siempre.
Dios me ayude.
Martín
Espinoza, 30 de abril de 2018.-