Nadie supo como o de que manera eso estaba ahí en el cielo. De repente, sin avisos ni advertencias una enorme piedra estaba arriba, tremenda, más grande que la luna pero más lejana todavía. Era inmensa, se apreciaba a simple vista como un fantasma gris y celeste al lado de nuestro planeta.
Por supuesto que hubo pánico, corridas, guerras, religiones nuevas y viejas tuvieron más creyentes que nunca porque lo único que nos iba a salvar era la fe, no había otra salida, otras respuesta, otro remedio para lo inevitable, el final inminente estaba cerca y se mostraba aterrador.
Hubo muchas teorías conspiratorias, desde que era un holograma creado a los efectos de asustar a la gente y unirlas bajo un mismo terror para algo mucho más grave todavía. También quienes decían que alguna especie de portal o agujero negro había trasladado una parte de un planeta hasta nuestro sistema solar. Nibiru seguramente. Lo cierto es que no ejercía ninguna distorsión magnética o cambio en la órbitas planetarias de nuestros vecinos estelares.
A mí me aterraba mirar por la ventana que justo daba hacia esa parte donde todo era un mal presagio. Hasta eclipses parciales de luna y esa cosa pudimos ver para notar una cola estelar de millones de años luz. Porque esa bestia se movía, tenía un destino: el sol.
Por una parte suspiramos aliviados, pero también nos preocupaba la idea de que eso afecte a nuestra estrella de maneras fatídicas para la humanidad. Y valga que tuvo terribles consecuencias mucho antes de llegar al astro local. No nos unimos, nos separamos cada vez más, peleamos entre nosotros. Naciones contra naciones, continentes contra continentes. Todos cobardes pero violentos, demostrando quien podía ser más destructivo que el otro.
Lo cierto es que nunca supimos que pasó, si llegó o no, si le hizo algo al sol. Probablemente nada pues su masa es más del noventa y ocho por ciento de todo el sistema solar y nosotros un porcentaje minúsculo de esa menor parte del dos por ciento restante.
La tierra habrá tenido un hermoso destello aquel día, tal vez algún estruendo, una sacudida en sus auroras boreales. Nunca lo sabremos, ya estábamos todos muertos en un estéril planeta radioactivo similar a Venus. Un infierno nuevo.
Martín Espinoza, 26 de junio de 2022